Todo sistema persigue unos fines y todo ser humano se propone unos logros, unas metas ¿Pero vale cualquier actuación en el campo de los profesionales de la información para que éstos consigan sus propósitos? Los códigos éticos y deontológicos se propugnan en todas las profesiones e implican la aceptación de unas normas morales en el ejercicio de sus deberes. También es cierto que el derecho de la información está bastante defendido desde el punto de vista jurídico pero no siempre este derecho prevalece sobre otros como el de la intimidad, el honor o la propia imagen, y tiene que ceder. Del mismo modo, ciertas actitudes prudenciales o de autocensura deberían regir como casos como el reciente del futbolista Antonio Puerta. Todos los medios lloraron de alguna forma la muerte del joven deportista, sin embargo, es un claro ejemplo de que el beneficio económico devora otros valores, como el rigurosamente informativo, justificando el morbo.
Partimos de que nada es noticia por definición y de que los medios de comunicación construyen su propia realidad. Los medios podían publicar los numerosos casos de muertes súbitas en jóvenes de diferentes ámbitos del deporte, pero con Puerta se ha llegado más allá: vida personal, acusaciones respecto al trato médico que recibió, etc. Así, se ha abierto el debate público sobre vender informaciones más emocionales que racionales y objetivas ¿Por qué? Porque esto mueve a más público.
Si se traspasan los límites al fin de alcanzar unos objetivos empresariales, al menos, los profesionales de la información deberían ser conscientes de ello y no olvidar que el mejor producto informativo resultaría del hecho de aunar los valores económicos, que priman en una estructura informativa de tales características con mucho intereses detrás.
Se trata de conocer que la conducta del periodista no debe regirse sólo por un principio sino por varios, dentro de una actividad de tanta repercusión social y que no siempre tiene que hacer un servicio colectivo. Y este argumento quizás no sea tan problemático como el de definir donde están esas limitaciones a dicha actividad. El derecho de información ejercido legítimamente puede ganar la ponderación frente a la lesión del derecho al honor de una persona, aunque se trate de una labor ardua y difícil. Los juicios de valor en el proceso de distinción entre el bien y el mal son tan complejos como la misma subjetividad de cada persona que construye una información.
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