EL DILEMA


Las ansias de acumulación de poder características del proceso globalizador es un tópico que ha quedado plasmado en El dilema. En esta película, Jeffrey Wigand (Ruseell Crowe), un ejecutivo y científico de la tabacalera Brown and Williamson, que no está de acuerdo con los métodos que practica ésta, su antigua empresa, hace un informe revelando a Lowell Bergman (Al Pacino), productor del programa de la CBS “60 minutos”, las pruebas que demuestran que las compañías tabaqueras utilizan ciertos aditivos y sustancias cancerígenas en la fabricación de cigarrillos para incrementar la adicción al tabaco.

Nada ni nadie sale indemne cuando una voz se alza en contra de los mensajes favorables al orden establecido. El sistema de mercado educa a los ciudadanos transmitiendo un conjunto de valores, por lo que es arriesgado intentar imponer una verdad diferente a la del pensamiento único.

El individuo está atado de pies y manos por los intereses de las tabacaleras, que lo presionan para que no desvele esa verdad, a través de amenazas de muerte y agentes del FBI infiltrados de la propia Brown and Williamson para destruir sus pruebas personales, cuyo conocimiento por la opinión pública temen. Las consecuencias de llevar la revelación del secreto de esta empresa hasta los ciudadanos significan un nefasto destino que manipula la vida de ambos protagonistas.

A pesar de todas las presiones y del contrato de confidencialidad que prohíbe a Wigand, tras ser despedido, dar luz verde a las acciones de la empresa, el científico acude a la vía judicial (inmersa también en sus propias contradicciones) con el apoyo del periodista y de algunos abogados de Missisipi en defensa de las víctimas del tabaquismo en este estado. Para ello, la emisión de la entrevista a Wigand es fundamental, pero la cadena CBS se opone, ya que este hecho desequilibraría los intereses económicos que hay detrás de ella y comprometería la venta a una importante corporación, pudiendo llevar a pique a la empresa. La situación es que Wigand va a aparecer en el programa “60 minutos” para contar la verdad sobre un tema interesante y de gran repercusión pública, pero que no puede ser retransmitido no porque falte a la veracidad sino porque va a contar la verdad y cuanto más cuente peor resultará.

El poder de decisión de las grandes corporaciones y su capacidad para mover los hilos de la sociedad se imponen, siendo la economía ese primer escalafón que hay que controlar para conseguir cambiar y manipular algo. Entonces los personajes se dan cuenta de que “nadie elige la salsa con la que quiere ser cocinado” (según explica Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz): Wigand sufre las difamaciones lanzadas por varios medios instigados por las empresas tabaqueras y el productor de “60 minutos” pierde sus colaboraciones más cercanas. El primero es un científico con moral suficiente como para medir sus actos y valorar los daños, el segundo, nunca baja la cabeza y permanece firme de acuerdo a la responsabilidad social del código deontológico del trabajo que profesa -no sin atravesar por momentos de tensión en los que duda de sus propias capacidades sin entender el mundo que se teje a su alrededor-. Esta estructura invisible escapa a los límites de ambos personajes, que, movidos por sus principios, sienten que no encajan como partes del todo. La serie documental Voces contra la globalización reflejaba que otro mundo es posible y que no todo está perdido: ¿lucha o conformidad?, ¿verdad o manipulación?, ¿desequilibrio del way of life o poder de las corporaciones sobre la información?, ¿realidad o utopía?

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