DE NACIONALIDAD MUNDIAL
Blancos, negros, amarillos, rojos, indios, marroquíes, judíos, gitanos, cristianos, ateos o agnósticos...Nuestras sociedades actuales son la perfecta muestra de cada rincón del mundo, de cada cultura, de cada una de las distintas formas de pensar o sentir. Andando por las calles de cualquier ciudad podemos, fijándonos sólo en los aspectos externos, apreciar todas esas diferencias que nos hacen situar a cada persona en un lugar determinado del mapa. Podemos reconocer unos ojos rasgados, una fisonomía de la cara peculiar, un color, una forma de vestir o unos complementos añadidos. Con estos datos, nos imaginamos el lugar de origen de la persona en cuestión y posiblemente imaginemos qué estilo de vida es el que llevaría en su país. Sin embargo, no nos paramos a pensar que esa persona que analizamos puede ser, perfectamente, de la ciudad de donde provenimos nosotros, vecino nuestro y con ello me refiero a la definición popular que antiguamente se le daba a la palabra “vecino”, es decir, persona de confianza que vive desde hace un largo tiempo cerca.
Y es que, ¿quién no conoce a alguien que ha adoptado y acogido en el seno de su familia a un niño de otro país o a un inmigrante que vino hace muchos años y con el paso del tiempo ha conseguido traer a su familia? Aún nos resulta extraño imaginarnos que una niña china o un trabajador negro puedan ser tan españoles como cualquier otro, por lo que quizá sea ése el eterno problema; es decir, pretendemos buscar una igualdad y evitar situaciones de exclusión, racismo o xenofobia, pero somos incapaces de desprendernos del deseo de situar ciertos rasgos en un punto determinado del mapa, lo que provoca que siempre veamos como extranjeros o visitantes a aquellos que no se asemejan a lo que consideramos fisiológicamente típico del lugar que nos encontramos.
Nos libramos de la culpa, como siempre y con todo, delegándola a los gobiernos, sin embargo lo que ocurre no es más que un sentimiento individual que nace en el corazón del hogar, que crece y se desarrolla al igual que lo hacen nuestros hijos, se arraiga en los mismos y consigue ser perpetuado como si de una señal genética se tratase. Es posible que el ejemplo parezca radical, ya que los rasgos genéticos son imposibles de eliminar, salvo si utilizamos medios externos como la cirugía, pero si en casa infundamos sentimientos de rechazo, superioridad o xenofobia, será raro que nuestros hijos puedan eliminarla completamente para adquirir pensamientos propios e independientes alejados de los aprehendidos. Es entonces necesario dejar de evitar nuestras culpas y sentirnos más tranquilos depositándolas en los gobiernos, porque no podemos olvidar que los mismos, los parlamentos, los ayuntamientos o incluso los medios de comunicación no son más que pequeños muestreos elegidos por el pueblo del propio pueblo en sí. Los gobernantes son personas que no se crían alejados de la sociedad, que no viven en una realidad paralela y que sufren con todo aquello con lo que sufriría cualquier persona de a pie.
Para evolucionar como personas y, por lo tanto, como sociedad, debemos comenzar a olvidar rasgos, colores, pensamientos y prejuicios; asumir nuestra propia responsabilidad ante los problemas que se desarrollan en la sociedad y educar a nuestros hijos en valores fundamentales como el respeto, la democracia y la mundialidad. Debemos dejar a un lado los sentimientos patrióticos y de cerrar puertas al extranjero. Los países no pertenecen más que a los que en ellos habitan, independientemente del color de su piel, de la forma de sus ojos o las marcas de su cara. Nadie es quién para decidir quién entra y quién sale de unas fronteras más que ficticias.
ANTE LAS DROGAS, LA LUCHA DE LA SOCIEDAD
No hay mayor disgusto para unos padres que conocer el sufrimiento de sus hijos, pero debe ser mayor si ese sufrimiento se convierte en moneda de perdición. Eso es la droga, no es un juego, ni un acto de valentía, es una red que te atrapa, te ahoga y te envuelve en una espiral de dolor, mentiras y autodestrucción de la cual es muy difícil salir.
La droga no entiende de posición económica ni de familia, sólo hay que observar a todos aquellos padres valientes que luchan con la fuerza de un toro para conseguir ayudar de cualquier forma a sus hijos. Madres que dan la rehabilitación por perdida y trabajan dobles jornadas por evitar ver a sus hijos encarcelados por robo para conseguir dinero con el que comprar su dosis diaria.
Padres que se mueven entre asociaciones, estudiando, investigando y disculpando a sus hijos ante la sociedad.
En el mundo de la droga no influye la educación que los padres hayan suministrado, sino que concierne a la sociedad entera. La drogadicción es un problema social y ha de ser entendido como tal, para así prestar mayor apoyo a todas las familias que se ven envueltas en este oscuro mundo.
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